viernes, 23 de marzo de 2007

LOS NUEVOS DESAPARECIDOS DE ESTE 24 DE MARZO Y NUESTROS NUNCA MÁS




El testigo Julio López, dos veces desaparecido, se ha vuelto este 24 de marzo también, dos veces testigo. No sólo acusó en el juicio a los torturadores y asesinos, mirando cara a cara a Etchecolatz. Ahora desde su cuerpo ausente acusa a la impunidad que continúa, desnudando los límites de nuestro precario 'nunca más'. Julio López, en nuestras actuales resistencias, señala los límites de las políticas y de los discursos de derechos humanos, sentando en el banquillo de los acusados, a un sistema político que no fue capaz, a 24 años de la retirada de la dictadura, de desmantelar el aparato represivo, asegurar el castigo a los responsables del ultimo genocidio, modificar profundamente el sistema carcelario y las dependencias policiales y militares, que siguen siendo nidos de represores, torturadores y fascistas. Marchará con nuestros pasos Julio López este 24 de marzo, para decir que mientras se juzgan los crímenes del Plan Cóndor, como si fueran hechos del pasado, seis campesinos paraguayos esperan en las cárceles argentinas que se ejecute su extradición a Paraguay, para ser sometidos a torturas y juicios aberrantes en los tribunales colorados. Marchará para llamar la atención sobre los proyectos de leyes antiterroristas que se están discutiendo en los despachos del Congreso de la Nación. Para denunciar la realización de ejercicios conjuntos de las Fuerzas Armadas argentinas, con las fuerzas militares norteamericanas. Julio López marchará el próximo 24 de marzo, no solamente como un gesto de buena memoria. Andará en las calles pidiendo que no lo olvidemos. Andará exigiendo que no perdonemos a los represores y asesinos, a los genocidas, a los verdugos a sueldo del capital. Andará recomendando que no nos reconciliemos con quienes hoy nos desaparecen en su cuerpo, que es una manera de desaparecernos en nuestro colectivo nunca más. Andará Julio López pidiendo que se aclare de una vez por todas qué sucedió durante la desaparición de Luis Gerez y quiénes fueron los responsables de ese siniestro episodio que conmovió la conciencia democrática de los argentinos y argentinas en los finales del año 2006, precisamente en el día de los inocentes. Vendrá Julio marchando con sus compañeros y compañeras ex detenidos desaparecidos. Vendrá Julio a reclamar que lo aparezcamos con vida.


Este 24 de marzo, volverá a debatirse en las calles, los sentidos de la memoria colectiva, y los posibles sentidos de nuestras marchas. Es de enorme una torpeza, en este contexto, interpretar el señalamiento de los límites de las políticas oficiales, como un gesto de intolerancia o de sectarismo político. Por el contrario. Las últimas acciones realizadas por la corporación policial militar, que van desde estos secuestros hasta las amenazas a los testigos, y los actos de reivindicación de los torturadores y genocidas, constituyen un llamado de alerta. Desmantelar los nichos de impunidad, es una exigencia para que se pueda creer en la posibilidad de ir abriendo cauce a una nueva democracia. Debilitan esa posibilidad, no solamente las vacilaciones y tibieza de las políticas oficiales para avanzar en la expulsión de todos los miembros de las fuerzas militares y policiales implicados en crímenes (durante o después de la dictadura), y su enjuiciamiento en tribunales civiles. También resultan funcionales a la impunidad, las políticas de criminalización de la pobreza, de judicialización de la protesta, de estigmatización de quienes resisten las políticas de exclusión. Pretender callar el grito de los excluidos con políticas asistenciales que van diseñando un doble estándar de ciudadanía (tanto a través de la distribución arbitraria de los planes, como en las políticas educativas, sanitarias, habitacionales, etc.), es una manera de fracturar la concepción de derechos humanos. Si el golpe de estado tuvo como objetivo central rediseñar la dominación capitalista y su gobernabilidad, a través de las políticas neoliberales; la evidente crisis de las mismas en todo el continente intenta ser controlada en esta etapa con políticas públicas que consagran un tipo de derechos para los incluidos (entre los cuales el principal es el derecho a la propiedad), y otro tipo de derechos para los excluidos (a quienes ni siquiera se les asegura el derecho a la vida). Hace 31 años, el golpe de Estado avanzó en la remodelación del país, con la misma saña con que la generación del 80 diseñó hace más de un siglo su 'modernización'. Sucesivos genocidios fueron 'haciendo' nuestra historia, o mejor dicho, fueron deshaciendo nuestra historia como colectivos, como pueblo; fragmentando nuestras identidades, nuestras culturas, para levantar este capitalismo 'realmente existente'. Si un geólogo pudiera identificar las diferentes capas que sostienen las andanzas del capitalismo en nuestro continente, iría develando una tras otra, la masacre de los pueblos originarios iniciada por la conquista europea, y continuada por los 'fundadores de la república' (los 'héroes' de la 'campaña al desierto'); y esta capa ya se iría mezclando con los asesinos de los obreros asesinados en la Patagonia y en la Semana Trágica, con los obreros rurales del Grito de Alcorta, con los muertos en todas las dictaduras, con los fusilados en José León Suárez, y los 30.000... que ahora se nos mezclan con los muertos de la pobreza: los chicos del gatillo fácil, las mujeres y niñas desaparecidas por el negocio de la trata, los pibes y pibas de Cromañon... y los otros muertos, de hambre, de enfermedades curables, y tantos y tantas vidas desaparecidas en democracia....


Pero no es geología ni historia lo que hacemos cada 24 de marzo. Es, en el sentido más estricto de la palabra: resistencia. Es instalar en el imaginario colectivo una vez más, las demandas de Memoria, Verdad y Justicia. Es marchar, caminar, llenar las plazas, no de cara al pasado solamente. Es llegar hasta el presente para ampliar los límites de una justicia que calla y otorga frente a los poderosos, y que es ciega frente a los nadie. El olvido, el perdón y la reconciliación es la política que se promueve desde distintas fracciones del poder, para diluir responsabilidades, promover olvidos, moderar las resistencias, abonando el camino de la impunidad. Es por Julio López, que no olvidó, que no perdonó y que no se reconcilió, como otros tantos, que hoy Echecolatz está preso. Es por Julio López -que quiere decir, es por nosotros y por nosotras-, que este 24 de marzo renovamos el compromiso de socializar la batalla por los derechos humanos, para que sean para todos y para todas. Y será por todos nosotros y nosotras, que seguiremos escrachando a los genocidas, y que marcharemos con vos, Julio... como nuestra manera todavía débil de aparecerte.


A 31 años del golpè militar Por: Claudia Korol Fecha publicacion: 19-03-07
Fuente: Argenpress



MARCAS Y CONTRAMARCAS II

Socióloga, coordinadora de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y sobreviviente de los campos de la ESMA, Graciela Daleo es, por sobre todas las cosas, un ejemplo de lucha y compromiso entre tanto intelectual claudicante que anda por ahí.
En esta nueva colaboración, exclusiva para EL COLECTIVO, analiza las dimensiones de la desaparición de Julio López y Luís Gerez donde afirma que es imprescindible impedir “la “naturalización” de la desaparición de Julio, interpelar al minuto al gobierno nacional y provincial (…) exigiendo “aparición con vida y castigo a los culpables”, inscribir en cada encuentro el reclamo y vivir el lugar vacío en la mesa de Julio López como intolerable…”


Ya desde sus inicios el año 2006 se configuró como el año de los 30 años. El 96 –con los procesos que potenció– quedó inscripto en nuestra memoria colectiva como “el año en que se cumplieron los 20 años”, el año en que la exigencia de juicio y castigo a los genocidas volvió a las calles en la marcha del 24 de marzo, que nos recordó las movilizaciones de fines de la dictadura y las de los primeros años del gobierno constitucional. La exhortación “Memoria, Resistencia y Lucha” llenó avenidas y plazas –entonces algo huérfanas de expresiones populares, apabulladas por el peso de la fiesta menemista–; empujó la construcción de estrategias jurídicas para ensanchar grietas en el muro de impunidad consolidada con puntos finales, obediencias debidas e indultos; se combinó con la vivencia de nuevas impunidades y las viejas-nuevas injusticias con que arrasaba el neoliberalismo.
El año de los 30 años tiene también sus múltiples marcas, impresas con actos, escritos, debates, poemas, pinturas, canciones; con marchas en todo el país, e incluso en el exterior, y una movilización multitudinaria en Buenos Aires en la que se escenificó un debate que aún nos recorre, entre quienes sostenemos que esa marcha es construcción popular que no tolera propietarios, y aquellos que procuran “privatizarla” en manos del gobierno o de algún núcleo de organizaciones en particular.
El año de los treinta años es, asimismo, el de las condenas a los represores Héctor Julio Simón –el Turco Julián– y el comisario Miguel Etchecolatz.
Es el año de la desaparición de Julio López.
Es el año de la desaparición de Luis Gerez. Y de su aparición.

Dimensiones de la desaparición de Julio López

Semanas después de la desaparición de Julio López, sobreviviente de los campos de concentración del Circuito Camps y testigo fundamental para arribar a la condena del represor Etchecolatz, el Colectivo Situaciones señaló: “El conjunto de amenazas y de operaciones de intimidación –algunas de las cuales no se han hecho públicas– a quienes participan activamente en los juicios contra los involucrados en la represión dictatorial ofrece un primer marco explícito. No se trata sólo del significado simbólico que conllevan estos avances judiciales como realización del histórico reclamo de los organismos de derechos humanos. Está en juego también la novedad de que los señalados esta vez sean los cuadros medios ejecutores de las políticas genocidas, los que gestionaron los campos de detención y tortura e integraron las bandas operativas: caras y nombres que han guardado cierto anonimato y que por lo mismo poseen hoy mayor efectividad que los altos mandos de la dictadura. Es precisamente su inserción en los aparatos de seguridad –tanto estatales como privados– lo que les permite reaccionar con eficacia”.
(Seguramente otra estrategia para contrarrestar esta “novedad” es la resurrección de la apelación a la “obediencia debida” con que el represor Luis María Mendía –jefe de Operaciones Navales durante 1976– se despachó el 1º de febrero ante el juez de la causa ESMA. “Los almirantes dábamos las órdenes, los subordinados cumplían… ”, alegó, mientras siguió “empujando para arriba”. Como si ingresáramos en el túnel del tiempo, además de reivindicar los crímenes propios y de sus subordinados, Mendía repite hoy lo que en 1985 esgrimió como justificación: “Las órdenes recibidas de mis superiores [Emilio Massera] emanan de un decreto del Poder Ejecutivo de 1975”, omitiendo, vaya detalle, que ese Poder Ejecutivo –responsable e imputado hoy por los crímenes perpetrados antes del 24 de marzo– es precisamente al que sus “superiores” y subordinados y el propio Mendía derrocaron.)
“Pero la desaparición de López –sigue diciendo Situaciones– no puede ser aislada de otras dimensiones de la realidad. La reanimación de las tendencias sociales más reaccionarias, elitistas y excluyentes encuentra en el boicot a los juicios una oportunidad para re-articularse e intentar ganar terreno político.” Es que los misiles disparados por los secuestradores de Julio López tienen blancos en los que incluyen el valorable y singular avance logrado por la lucha popular en el juicio y castigo a militares y policías que actuaron en la dictadura, pero no se agotan en ello. El escarmiento que procuran es a un pueblo que fue construyéndose y reconstruyéndose como sujeto a lo largo de estos años, aligerando de a poco las mochilas cargadas con terror, desocupación, privatizaciones, pérdida de innumerables derechos, succión de dignidades y utopías. Mochilas que aún no están vacías, pero alivianadas lo suficiente como para agruparse, organizarse, reclamar, estar en la calle, y haber ubicado en foco de manera nítida a la impunidad como enemigo. “La construcción de la condena social a un tipo de ejercicio del poder intolerable tanto por su forma como por su contenido no puede aislarse o reducirse al reclamo sectorial de familiares, víctimas o excombatientes, pues constituye un componente fundamental e interior a las luchas sociales que lograron replantear la cuestión general de la justicia. (…) Las luchas de la memoria se desarrollan en múltiples niveles y se entrelazan con los más variados movimientos antirrepresivos. Es en el vínculo con las resistencias al ‘gatillo fácil’, a la violencia doméstica, al trabajo esclavo y el racismo con los migrantes; en la apertura a dinámicas que desafían los códigos que reglan la convivencia urbana y la gestión estatal de la pobreza…” Es este gran aprendizaje el que lo que los sectores dominantes no toleran y buscar abortar, en un contexto latinoamericano en el cual en boca de los hermanos venezolanos vuelve al lenguaje público la palabra “socialismo”, que es decir que los pueblos podemos construir otros mundos; y Bolivia avanza para recuperar el manejo de sus recursos naturales, en vez de reforzar la privatización del petróleo, como recientemente ha hecho el gobierno argentino.

Urgencias diarias. Flancos débiles

Impedir la “naturalización” de la desaparición de Julio, interpelar al minuto al gobierno nacional y provincial –a sus tres poderes– exigiendo “aparición con vida y castigo a los culpables”, inscribir en cada encuentro el reclamo, vivir el lugar vacío en la mesa de Julio López como intolerable… Nuevas-viejas responsabilidades que nos convocan.
El aprendizaje de estos duros meses desde el 18 de septiembre de 2006 –que tiene arraigo en los recorridos de lucha anotados más arriba– se hizo visible tras el secuestro de Luis Gerez. Rechazando cualquier intento que distrajera de lo evidente (vale recordar que tras la desaparición de López brotaron indicios ciegos: que estaba perdido, o despistado, o escondido…), la nueva desaparición catalizó una reacción popular inmediata, que empujó al gobierno a asumir públicamente la gravedad de los hechos de Escobar y vincularlos a quienes ven peligrar su larga impunidad.
Luis Gerez apareció dos días después. Y con su aparición, también apareció, multiplicado, lo que se insinuó con López: “por algo habrá sido” que apareció.
En el caso de Julio primero fue el supuesto “sentido común” dibujando un “consejo”: “si no querés que te pase nada, no testimonies”, en síntesis: si no queremos enojar a los poderosos, aceptemos el sometimiento. Y luego se sumaron lamentables –e inexplicables por ser quien es, por su historia– declaraciones de Hebe de Bonafini descalificando a Julio López como militante popular y por pecado de vecindario (vive en un barrio donde también viven policías…). Con Luis Gerez, aparecido, como el petróleo que mana durante largo tiempo de un buque tanque hundido, la siembra de dudas contamina y contamina. La sospecha se instituye como hipótesis de los fiscales hasta ahora no han obtenido ningún resultado de las investigaciones que su responsabilidad les exige. Se instala como editorial de medios de comunicación. Se vuelve juego de los devotos de las tramas conspirativas, y a Luis Gerez se lo desacredita porque las cuerdas no dejaron marcas más profundas en sus muñecas, porque al momento de su aparición no pudo afrontar la tensión de una conferencia de prensa, porque sus respuestas no se corresponden con la matriz que ciertos “noteros” exigen frente a las cámaras. Y la mancha contamina también a muchos bienintencionados que ante la intolerable de la abierta herida de la desaparición de Julio y lo vivido por Gerez, terminan atrapados en el laberinto de las dudas, en vez de exigir a diario “aparición con vida y castigo a los culpables”.
Si en nuestro marchar en pos de la justicia, de la dignidad, de la recuperación de las utopías, nos aferramos a ese hilo de Ariadna que nos enlaza con la memoria y la experiencia, es para seguir juntos y solidarios, para resistir la seducción del Minotauro y salir del laberinto habiéndolo vencido.

Por Graciela Daleo