Socióloga, coordinadora de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y sobreviviente de los campos de la ESMA, Graciela Daleo es, por sobre todas las cosas, un ejemplo de lucha y compromiso entre tanto intelectual claudicante que anda por ahí.
En esta nueva colaboración, exclusiva para EL COLECTIVO, analiza las dimensiones de la desaparición de Julio López y Luís Gerez donde afirma que es imprescindible impedir “la “naturalización” de la desaparición de Julio, interpelar al minuto al gobierno nacional y provincial (…) exigiendo “aparición con vida y castigo a los culpables”, inscribir en cada encuentro el reclamo y vivir el lugar vacío en la mesa de Julio López como intolerable…”
Ya desde sus inicios el año 2006 se configuró como el año de los 30 años. El 96 –con los procesos que potenció– quedó inscripto en nuestra memoria colectiva como “el año en que se cumplieron los 20 años”, el año en que la exigencia de juicio y castigo a los genocidas volvió a las calles en la marcha del 24 de marzo, que nos recordó las movilizaciones de fines de la dictadura y las de los primeros años del gobierno constitucional. La exhortación “Memoria, Resistencia y Lucha” llenó avenidas y plazas –entonces algo huérfanas de expresiones populares, apabulladas por el peso de la fiesta menemista–; empujó la construcción de estrategias jurídicas para ensanchar grietas en el muro de impunidad consolidada con puntos finales, obediencias debidas e indultos; se combinó con la vivencia de nuevas impunidades y las viejas-nuevas injusticias con que arrasaba el neoliberalismo.
El año de los 30 años tiene también sus múltiples marcas, impresas con actos, escritos, debates, poemas, pinturas, canciones; con marchas en todo el país, e incluso en el exterior, y una movilización multitudinaria en Buenos Aires en la que se escenificó un debate que aún nos recorre, entre quienes sostenemos que esa marcha es construcción popular que no tolera propietarios, y aquellos que procuran “privatizarla” en manos del gobierno o de algún núcleo de organizaciones en particular.
El año de los treinta años es, asimismo, el de las condenas a los represores Héctor Julio Simón –el Turco Julián– y el comisario Miguel Etchecolatz.
Es el año de la desaparición de Julio López.
Es el año de la desaparición de Luis Gerez. Y de su aparición.
Dimensiones de la desaparición de Julio López
Semanas después de la desaparición de Julio López, sobreviviente de los campos de concentración del Circuito Camps y testigo fundamental para arribar a la condena del represor Etchecolatz, el Colectivo Situaciones señaló: “El conjunto de amenazas y de operaciones de intimidación –algunas de las cuales no se han hecho públicas– a quienes participan activamente en los juicios contra los involucrados en la represión dictatorial ofrece un primer marco explícito. No se trata sólo del significado simbólico que conllevan estos avances judiciales como realización del histórico reclamo de los organismos de derechos humanos. Está en juego también la novedad de que los señalados esta vez sean los cuadros medios ejecutores de las políticas genocidas, los que gestionaron los campos de detención y tortura e integraron las bandas operativas: caras y nombres que han guardado cierto anonimato y que por lo mismo poseen hoy mayor efectividad que los altos mandos de la dictadura. Es precisamente su inserción en los aparatos de seguridad –tanto estatales como privados– lo que les permite reaccionar con eficacia”.
(Seguramente otra estrategia para contrarrestar esta “novedad” es la resurrección de la apelación a la “obediencia debida” con que el represor Luis María Mendía –jefe de Operaciones Navales durante 1976– se despachó el 1º de febrero ante el juez de la causa ESMA. “Los almirantes dábamos las órdenes, los subordinados cumplían… ”, alegó, mientras siguió “empujando para arriba”. Como si ingresáramos en el túnel del tiempo, además de reivindicar los crímenes propios y de sus subordinados, Mendía repite hoy lo que en 1985 esgrimió como justificación: “Las órdenes recibidas de mis superiores [Emilio Massera] emanan de un decreto del Poder Ejecutivo de 1975”, omitiendo, vaya detalle, que ese Poder Ejecutivo –responsable e imputado hoy por los crímenes perpetrados antes del 24 de marzo– es precisamente al que sus “superiores” y subordinados y el propio Mendía derrocaron.)
“Pero la desaparición de López –sigue diciendo Situaciones– no puede ser aislada de otras dimensiones de la realidad. La reanimación de las tendencias sociales más reaccionarias, elitistas y excluyentes encuentra en el boicot a los juicios una oportunidad para re-articularse e intentar ganar terreno político.” Es que los misiles disparados por los secuestradores de Julio López tienen blancos en los que incluyen el valorable y singular avance logrado por la lucha popular en el juicio y castigo a militares y policías que actuaron en la dictadura, pero no se agotan en ello. El escarmiento que procuran es a un pueblo que fue construyéndose y reconstruyéndose como sujeto a lo largo de estos años, aligerando de a poco las mochilas cargadas con terror, desocupación, privatizaciones, pérdida de innumerables derechos, succión de dignidades y utopías. Mochilas que aún no están vacías, pero alivianadas lo suficiente como para agruparse, organizarse, reclamar, estar en la calle, y haber ubicado en foco de manera nítida a la impunidad como enemigo. “La construcción de la condena social a un tipo de ejercicio del poder intolerable tanto por su forma como por su contenido no puede aislarse o reducirse al reclamo sectorial de familiares, víctimas o excombatientes, pues constituye un componente fundamental e interior a las luchas sociales que lograron replantear la cuestión general de la justicia. (…) Las luchas de la memoria se desarrollan en múltiples niveles y se entrelazan con los más variados movimientos antirrepresivos. Es en el vínculo con las resistencias al ‘gatillo fácil’, a la violencia doméstica, al trabajo esclavo y el racismo con los migrantes; en la apertura a dinámicas que desafían los códigos que reglan la convivencia urbana y la gestión estatal de la pobreza…” Es este gran aprendizaje el que lo que los sectores dominantes no toleran y buscar abortar, en un contexto latinoamericano en el cual en boca de los hermanos venezolanos vuelve al lenguaje público la palabra “socialismo”, que es decir que los pueblos podemos construir otros mundos; y Bolivia avanza para recuperar el manejo de sus recursos naturales, en vez de reforzar la privatización del petróleo, como recientemente ha hecho el gobierno argentino.
Urgencias diarias. Flancos débiles
Impedir la “naturalización” de la desaparición de Julio, interpelar al minuto al gobierno nacional y provincial –a sus tres poderes– exigiendo “aparición con vida y castigo a los culpables”, inscribir en cada encuentro el reclamo, vivir el lugar vacío en la mesa de Julio López como intolerable… Nuevas-viejas responsabilidades que nos convocan.
El aprendizaje de estos duros meses desde el 18 de septiembre de 2006 –que tiene arraigo en los recorridos de lucha anotados más arriba– se hizo visible tras el secuestro de Luis Gerez. Rechazando cualquier intento que distrajera de lo evidente (vale recordar que tras la desaparición de López brotaron indicios ciegos: que estaba perdido, o despistado, o escondido…), la nueva desaparición catalizó una reacción popular inmediata, que empujó al gobierno a asumir públicamente la gravedad de los hechos de Escobar y vincularlos a quienes ven peligrar su larga impunidad.
Luis Gerez apareció dos días después. Y con su aparición, también apareció, multiplicado, lo que se insinuó con López: “por algo habrá sido” que apareció.
En el caso de Julio primero fue el supuesto “sentido común” dibujando un “consejo”: “si no querés que te pase nada, no testimonies”, en síntesis: si no queremos enojar a los poderosos, aceptemos el sometimiento. Y luego se sumaron lamentables –e inexplicables por ser quien es, por su historia– declaraciones de Hebe de Bonafini descalificando a Julio López como militante popular y por pecado de vecindario (vive en un barrio donde también viven policías…). Con Luis Gerez, aparecido, como el petróleo que mana durante largo tiempo de un buque tanque hundido, la siembra de dudas contamina y contamina. La sospecha se instituye como hipótesis de los fiscales hasta ahora no han obtenido ningún resultado de las investigaciones que su responsabilidad les exige. Se instala como editorial de medios de comunicación. Se vuelve juego de los devotos de las tramas conspirativas, y a Luis Gerez se lo desacredita porque las cuerdas no dejaron marcas más profundas en sus muñecas, porque al momento de su aparición no pudo afrontar la tensión de una conferencia de prensa, porque sus respuestas no se corresponden con la matriz que ciertos “noteros” exigen frente a las cámaras. Y la mancha contamina también a muchos bienintencionados que ante la intolerable de la abierta herida de la desaparición de Julio y lo vivido por Gerez, terminan atrapados en el laberinto de las dudas, en vez de exigir a diario “aparición con vida y castigo a los culpables”.
Si en nuestro marchar en pos de la justicia, de la dignidad, de la recuperación de las utopías, nos aferramos a ese hilo de Ariadna que nos enlaza con la memoria y la experiencia, es para seguir juntos y solidarios, para resistir la seducción del Minotauro y salir del laberinto habiéndolo vencido.
Por Graciela Daleo
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